En Cartagena siempre hubo boticas abiertas las 24 h. las que tenían guardia. La desaparecida Farmacia Militar vendía cajas de aspirinas al precio de paquete de pipas.

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Fulgencio Madrid Méndez.

La peculiar escritura garabateada de médicos al recetar conduce a que en farmacias hayan tenido que reunirse en cónclave farmacéuticos y mancebos (empleados) para descifrar en poco tiempo el enigma del nombre de la medicina prescrita al paciente. En Cartagena una vez tuvieron que debatir hasta cuatro o cinco personas si lo recetado por el doctor era una cosa u otra. Por ejemplo, no es lo mismo recetar Trofalgón que Tropalgar. Lo primero estimula el apetito, lo segundo es un tranquilizante. Un error puede ser causa de lamentaciones pero en este ejemplo no enviará a cualquiera a criar malvas.

Dos de los médicos cartageneros que mejor letra tenían, plasmada en las recetas, eran Casimiro Bonmatí Azorín y su hijo Casimiro Bonmatí Limorte. Era una bendición para un gremio que en medio siglo ha ido creciendo al compás del censo general de población y que ha pasado a la moda de hoy: las farmacias de 24 horas. Sobre su éxito futuro hay dudas. En Cartagena vienen funcionando bien, pero en Madrid ya han cerrado varias. Insostenible el gasto de personal, por los imprescindibles turnos de trabajo, las consiguientes libranzas y las vacaciones de los empleados. Aunque el tesorero del Colegio, Juan Desmonts, cartagenero, señala que «siempre hubo en Cartagena farmacias de 24 horas: las que le correspondía hacer guardia de 24 horas».

Hace cuarenta o cincuenta años sólo funcionaban en Cartagena casco una docena larga de farmacias frente a las 27 de hoy. Pasamos revista con ayuda de Enrique Martínez Tomás, empleado ya jubilado tras 50 años de servicio en Farmacia Nueva (la de Jesús Sánchez Peñuela, hoy regentada por su hijo Juan Bautista).

Las boticas de aquí hace medio siglo eran: Juan Desmonts, Viuda de Mustieles, María Oliva Llamusí, Plácido Romero, Viuda de Morales, Manuel Malo de Molina, Juan Álvarez Gómez, Antonio Rosique, Juan González, Gerardo Boch, Antonia Sánchez Peñuela, Farmacia Nueva (Jesús Sánchez Peñuela) y José Luis Anunci.

Una de las farmacias de liderazgo y alto prestigio en la época era la de Manuel Malo de Molina (el de las tres emes), en la calle Mayor, en la que trabajó muchos años Pepe Contreras. El local era una joya por su decoración; sus techos, una maravilla pictórica. La farmacia cayó al ser declarada en ruina con polémica, pero ya no era del señor Malo de Molina sino de María Dolores Ros, quien después la instaló en el edificio Asís (Franciscanos) en Avenida Reina Victoria.

El sereno y la madrugada

El popular sereno Vera, que paseaba su gran humanidad las madrugadas por la zona de Puerta de Murcia y calle Mayor, hace medio siglo, se detenía en la puerta de la farmacia del redicho Malo de Molina si estaba de guardia y consumía buen tiempo de cháchara mientras esperaba con su manojo de llaves y el chuzo que le llamase con palmas algún vecino que había perdido la llave del portón de su casa.

El farmacéutico empresario, expuesto a un montón de exigencias y controles, movido al son que marca el BOE, y que gana menos dinero de lo que parece, saltó de gozo en Cartagena, cuando no hará de ello demasiado desapareció la 'competencia desleal' de la Farmacia Militar, en la que no sólo compraban las medicinas a un precio inferior los militares, que sería lógico, sino que se colaban muchos paisanos listos para adquirir cajas de aspirinas a precio de paquete de pipas. Hoy se habrían llevado paracetamol, que es más barato. En aquellos tiempos las farmacias de los militares expendían además productos al margen de la medicina como cosméticos, toda clase de cremas y hasta agua de Vichy Catalán.

Juan Bautista Sánchez Peñuela, el farmacéutico que heredó de su padre la Farmacia Nueva (glorieta de San Francisco), con más de 90 años de existencia, recuerda alguna anécdota que tiene que ser publicada para disfrute del lector. Una muestra:

«Un día entró en el establecimiento una mujer joven con los resultados de un análisis de orina. Ella quería saber si la analítica era normal para una persona con buena salud. Miré los datos y le dije que eran unos buenos resultados. La mujer se marchó pero al rato volvió, con cara de preocupación. ¿Podría usted decirme si el análisis no tiene ninguna pega, de verdad? Le dije otra vez que los resultados eran normales. Miré con detenimiento y vi en el papel que una parte de las letras de los resultados era tapada por un sello. La mujer estaba asustada porque había leído: sida, 1.037. En realidad, el dato se refería a 'densidad', pero el 'den' estaba tapado por la tinta del sello. Aquella mujer creía que, según el análisis, tenía el sida».

La seguridad en las farmacias ha sido un tema que ha preocupado a cuantos allí trabajaban a pecho descubierto. «Los años 80 fueron muy malos. La heroína dominaba y hubo un día que controlamos la venta individual de jeringuillas a más de 200 o 300 personas, yo qué sé. Venían a comprar una sola jeringuilla. Enseguida nos percatamos que cerca de nuestro local estaba funcionando un 'almacén distribuidor' de heroína».

Miedo de entran a una botica

Otra anécdota: No hará cuatro años que un hombre de 40 años, vecino del casco viejo, se presentó en la Farmacia Nueva solicitando, cargado de razones, la baja médica para no tener que trabajar, como si se tratase de una consulta médica en un ambulatorio.

En tiempos no democráticos eran clásicos los miedos de las vergonzosas mujeres a entrar en una botica para comprar compresas para sus menstruaciones. «Si había hombres despachando en las farmacias, no entraban». La timidez emergía también cuando había muchos reparos en entrar a adquirir condones, lo que era tabú. También había titulares de farmacia católicos, apostólicos y no se sabe si romanos que se negaban a vender preservativos por razones de conciencia.

«Otros entraban para comprar 'calcetines', que así llamaban a los condones. Y una vez un hombre nos pidió un condón para niño. Nos encogimos de hombros, sorprendidos, y enseguida nos enteramos que lo que pedía era un 'dedín' para un niño que tenía un dedo en malas condiciones». ¡Qué cosas!

Más leña al fuego del anecdotario. «Una mujer ve que en el análisis la acetona de su niño está muy alta, y dice: '¿No ve usted, seño farmacéutico? Eso le pasa al crío por hincharse a comer aceitunas».

El de las fórmulas magistrales (medicamentos elaborados en la botica, con receta médica) es otro capítulo interesante en el devenir de este gremio servicial y profesional. Hoy la farmacia que más trabaja en este campo es la próxima al Club de Cabos de Marina Cecilia Moreno Béjar. A algunos médicos les da recetar fórmulas magistrales. En el local de Juan Bautista, en la Glorieta, a diario tienen dos o tres encargos.

Olisqueado en La Verdad.

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This entry was posted on 3/21/2010 and is filed under . You can follow any responses to this entry through the RSS 2.0 feed. You can leave a response, or trackback from your own site.